Todo pasa, y pasado queda. Creo que es imposible repetirse
más en apenas tres frases, pero creo que no siempre somos conscientes de esa
idea.
Todo aquello que vivimos, jamás volverá. Lo que no vivamos
ahora, en el inmediato y fugaz ahora, se escapará para siempre. Nuestra vida se
basa en vivir momentos y perder otros muchos. Puedo parecer un romántico y que
sólo veo lo negativo, pero no, peor aún, veo ambas cosas.
Los abrazos de mi madre, tan sinceros y tan cómodos; abrazos
en los que me escondo del mundo y puedo respirar tranquilo, al resguardo de
todo. Esas risas con los amigos, esas sonoras carcajadas, que retumban en
nuestro estómago y nos nublan la vista con lágrimas de felicidad. Aquellas
personas que hemos conocido, o que apenas conocemos de vista, que podríamos
haber sido grandes amigos, pero no fue así. Besos que sólo soñamos, hombros sobre
los que nunca podremos descansar el peso de nuestros pensamientos, corazones
que dejamos pasar.
Senderos que jamás recorreremos, futuros que jamás viviremos,
y tenemos que vivir con la esperanza de que nuestra decisiones hayan sido las
correctas, cuándo a veces no sabemos siquiera cuándo hemos tomado la decisión.
Siempre pensé que todos estos escritores históricos y
laureados pensaban demasiado, que buscaban motivos para sufrir cuando hablan de
la fugacidad de la vida, y resulta que no. Igual se me está pegando algo de
ellos, espero.
Nuestra existencia, que apenas dura un siglo, comparada con
los millones de años del universo, es irrelevante, como la vida de las hojas
desde que nacen hasta que caen al suelo, formando una colorida y sucia
alfombra.
Necesito tiempo para vivir todos mis sueños, incluso aquellos
de los que ya me he despertado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario