martes, 21 de junio de 2016

Pensando en voz baja

Hubo una vez que amé. Una vez que amé tan fuerte, que el único oxígeno que podía respirar era el de su aliento. Que paseaba a solas con mi otra mitad por calles desbordadas de transeúntes. Que no concebía la idea de una vida que no fuese para dos. Pero me di cuenta que comer sólo también quita el hambre. Que también se duerme sin compartir la almohada.


Yo siempre he sido un romántico, de estos anticuados, de dedicar versos y noches en vela. Pero me hago mayor. Ya no le echo azúcar al café y duermo con la luz apagada. Quizás soy demasiado cínico, demasiado escéptico, o estoy demasiado sólo.


Tan simple y tan iluso, yo. No sabía qué era lo que echaba de menos. Pero me di cuenta de que no siempre echas de menos a la actriz, si no a su papel.

Echo de menos las caricias, los besos, los abrazos, las cosquillas de un susurro en la oreja. Así, sin posesivos.

Soy un hombre de letras, de esos que prefieren mil palabras que una imagen. Pero con cada suspiro, me aferro un poco más a la ciencia. No se puede juntar agua con aceite por mucha saliva que le eches. Todavía no ha existido un amor que se resista a la ley de la gravedad. Quién sabe, igual no fue una manzana lo que se cayó de aquel árbol.

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